Sin titubeos


No era un fantasma quien surgió entre la niebla, era yo muerto de miedo. Vestía una cazadora gris, cuyos pliegues me ocultaban parte del acné. Debía hacerlo rápido. Entrar y salir, sin titubeos. Era algo sencillo. Atravesé el umbral de la puerta y el chirrido de una campanilla se propagó por el local. Observé al tipo frente a mí. Me llevé las manos al bolsillo izquierdo de la cazadora.
—¿Qué desea?—me preguntó.
Era ahora o nunca. Aquella era la línea que separaba a los hombres de los niños.
—¿Me da una caja de preservativos?