Terreno lejano


Todo salió mal. Y ahora llevábamos un cadáver en el maletero. Mientras observaba de reojo a mi colega Bruno, no podía desprender de mi retina cómo le había volado los sesos al tipo sin ni siquiera decir esta boca es mía. Apenas unas milésimas de segundo. Visto y no visto. Un disparo certero entre ceja y ceja fue suficiente para que el hombre de negocios, que se negaba a pagar a nuestro jefe la cuota por protección, pasase a mejor vida. Aquél era mi primer cadáver. La primera vez que vislumbraba la muerte tan cerca. Por suerte, nadie se había dado cuenta del trágico suceso, salvo tal vez el gato que vagaba errante por el callejón a las cuatro de la madrugada. Después de liquidarlo, cargamos el cuerpo en el coche y nos largamos a toda prisa como si el diablo nos persiguiera. Debíamos llevar al muerto a algún descampado, una zona alejada de la civilización para evitar que la policía nos incriminase. Bruno contempló la opción de descuartizar el cadáver. Cortarle los dedos de la mano, la cabeza y los dientes, por si algún médico conservaba en su registro dental los datos del tipo. A mí me dio pavor sólo con pensarlo. No me imaginaba con la sierra eléctrica, troceando las partes de su anatomía. La mejor opción y la más viable consistía en localizar un lugar apartado, un sitio donde jamás diesen con el empresario y luego enterrarlo. Podíamos cavar una fosa profunda y echar cal para que el cadáver desapareciera.

Mientras Bruno cruzaba la frontera de Sacramento pensé en lo que ocurriría si nos detenía la policía. Un faro estropeado, un problema en el vehículo o cualquier estupidez podía ser motivo más que suficiente para que una patrulla parase el coche, nos hiciera salir y lo registrara. De veinte años a cadena perpetua.

—Entra por ahí—dije entretanto divisaba en la distancia una zona bastante apartada—. Podemos cavar un foso unos kilómetros más allá.

Paramos en una zona desierta. Salimos del vehículo y al hacerlo comprobamos una cosa un tanto extraña. El maletero se encontraba abierto y el cadáver no estaba. Había restos de sangre como si hubiésemos perdido la carga.

—Por esta zona hay mucho chorizo—dijo Bruno intentando buscar una explicación lógica.

—¿Quién coño se va a llevar un cuerpo?

Y nos quedamos pensativos, al tiempo que contemplábamos el resplandor de las estrellas.

1 comentarios:

Cioara Andrei 15 de septiembre de 2009, 12:56  
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RUB


¿A dónde van los patos de Central Park cuando el lago se hiela?