¡Sorpresa!


Piensas en hacerlo bien. Te convences de que esta vez no meterás la pata. Así, preparas la fiesta sorpresa de cumpleaños para que no se entere el interesado. Alquilas un local, lo habilitas para la ocasión. Ya sabes, un poco de decoración por aquí, unas cuantas mesas por allá. Traes el ordenador de casa. Seleccionas con minuciosidad la música que va a sonar en la fiesta. Luego elaboras una pequeña lista con lo que necesitas y vas a comprar sabiendo que perderás la tarde. A la hora de pagar reparas en que las cajeras del supermercado te observan de forma extraña mientras pasan los códigos de barras de seis botellas de whisky, diez de vodka, tres de ron y veinte de Coca cola. Haces ademán como queriendo decir que no eres un alcohólico y que esto no te lo vas a beber tu solo, que seguramente irán a la fiesta otros treinta tíos. Después te encargas de llenar el sitio con las provisiones de turno. Total, la broma te sale por una pasta gansa. Más tarde, llamas por teléfono al resto de colegas. Y les adviertes que no digan ni una palabra a quien cumple los años. Que va a ser una noche bestial y que todos van a disfrutar. Por último, te tomas la molestia de llamar al tipo para quien has preparado con tanto esmero la fiesta sorpresa. El chaval entra por la puerta. Y te quedas estupefacto al ver su rostro al tiempo que un coro de voces pronuncia su nombre y un felicidades. Satisfecho, te acercas al tío, le das una palmada en la espalda además de un buen tirón de orejas mientras te suelta: no, si mi cumpleaños no es hasta dentro de tres meses. Y entonces… Bueno entonces te quedas con cara de gilipollas.

RUB


¿A dónde van los patos de Central Park cuando el lago se hiela?