Clon virtual


Esta mañana me he llevado una sorpresa cuando al abrir un correo electrónico enviado desde una cuenta secreta he descubierto a mi yo cibernético. Al principio pensé en mi imagen proyectada en un cristal que sale del espejo y suplanta mi personalidad en el ciberespacio. Luego, me puse a investigar, a buscar indicios acerca de mi yo virtual. Seguí su rastro a través de webs obscenas, foros de deportes y páginas en la que el navegador no se atrevía ni siquiera a entrar. En apenas unos minutos descubrí que se apellida igual, tenía mi aspecto (pelo gris, ojos achinados, barba menuda y metro setenta), se vestía en las mismas tiendas y le inquietaban similares problemas. Es curioso, el rastro que puede dejar una IP en internet. Tan solo esperaba que mi clon virtual fuese una versión mejorada. Porque en caso de heredar mis fobias podía pasarse horas comprobando si había cerrado la puerta de casa, los grifos de la cocina, si conectó antes de salir la alarma o si apagó el monitor después de desconectarse a la red. Fantaseaba con que tuviese más éxito con las mujeres. De otro modo también se le habrían quemado las pestañas de visualizar en el monitor millones de páginas porno. Deseé que tuviese montones de billetes almacenados en el banco en una cuenta de doce o trece cifras. Y en caso de que algo le sucediera, el heredero del replicante virtual sería el original. O sea yo. ¿O no? Claro que si al gemelo cometía algún delito todos los indicios podrían apuntar a… ¿Mí?

RUB


¿A dónde van los patos de Central Park cuando el lago se hiela?