Cariño


— ¿Me quieres, cariño?

Él miró hacia abajo. Tragó saliva y evocó las situaciones de los últimos tiempos; las voces de ella resonando en su cabeza como un trombón, las ocasiones en que le había reprendido por no haber bajado la basura o por estar plácidamente recostado en el sofá viendo la tele. Evocó las escenas en que profería insultos, quejas y le amenazaba con una separación que nunca llevaba a cabo.

Él se había enamorado de una chica de veinte años, ojos negros, piel morena y bonita figura, sobre todo cuando se ponía en bañador en las piscinas municipales. Entonces era amable, simpática y siempre tenía impresa en la boca una sonrisa. ¿Qué había sido de aquella chica en apenas doce años? ¿Dónde estaba la inocencia, las palabras susurrando un te quiero o un beso en cualquier momento? Ahora la rutina se había apoderado de sus vidas. En la cama se asemejaban a dos desconocidos. Cada uno hacía su vida y en la medida de lo posible trataba de evitar al otro. El amor de antaño se había difuminado igual que la bruma en un día de pleno sol.

Claro que él, también había cambiado algo. La tripa cervecera decoraba su estómago. El trabajo le estaba matando, ya no salía los fines de semana y había dejado para siempre el deporte de la bicicleta. Además, fumaba del mismo modo que una chimenea y los gases que se tiraba olían a rayos por todo el piso provocando el enojo de su esposa.

—Por supuesto que te quiero, mi amor—dijo mientras le acercaba con una sonrisa el vaso de leche repleto hasta arriba de cianuro.