Lotería


El hombre salió del coche. Vio el vehículo estrellado contra la mediana y a los ocupantes pidiendo auxilio. Aquella carretera parecía un tramo del desierto de Arizona. No sabía cómo actuar. Recordó una pregunta del test del examen de conducir sobre cuál debía ser su comportamiento en caso de no tener ni idea de cómo socorrer a los heridos:

A) trasladar a las víctimas en su propio vehículo.
B) Avisar a las autoridades.
C) Continuar la marcha.

Marcó el 112 y llamó a emergencias. Contó que había varias personas en estado crítico y que se diesen prisa. Después se acercó al automóvil. Oyó los desgarradores gritos de una mujer luchando por su vida y se sintió como un eunuco, incapaz de prestar ayuda. Observó varios miembros amputados desperdigados por el arcén. ¿Cuánta gente podía llegar a morir cada día en un accidente de tráfico? Las causas: el alcohol, una avispa que se cuela por una rendija de la ventana, un despiste, un animal, una curva demasiado cerrada y adiós vida.

Trató de tranquilizar a los heridos, pero sus palabras se perdieron en el viento. Las ambulancias tardaron veinte minutos en llegar. Para entonces los facultativos ya no pudieron hacer nada. Murieron los tres ocupantes atrapados en el amasijo de hierros: una pareja y su hijo de seis años. Uno de los policías comentó que era imposible tener tan mala suerte. Al parecer el neumático trasero del coche se había reventado provocando que el conductor diese un volantazo, perdiese el control y el utilitario volcara. Antes de marcharse el hombre anotó en un papel la matrícula. Mañana jugaría con ese mismo número a la lotería.