Situación. Última pregunta del examen de la oposición para técnico de hacienda. Cuatro respuestas. No tienes ni idea. Si aciertas te conviertes en funcionario, consigues un puesto de trabajo para toda la vida y un sueldo que, tal y como están las cosas, es casi un milagro. Si fallas te esperan más horas de estudio, academia, nuevas versiones del sermón de tu padre diciéndote que eres un vago y no das ni un palo al agua.
Notas cómo el sudor te recorre la frente, sientes un nudo en la garganta a pesar que dejaste la corbata colgada en el armario de casa. Tragas saliva, rezas una oración por tu alma, metes la mano en el bolsillo y comprendes que no llevas encima ni un miserable céntimo suelto. Profieres un insulto. No pasa nada, te dices. No puedes jugarte una decisión tan importante lanzando una moneda al aire. Cabizbajo, desconoces qué hacer.
Echas una ojeada y ves que el compañero de al lado sigue inmerso en el cuestionario del examen. ¿Y si copias? Total, es sólo una simple miradita. Primero compruebas que el vigilante sigue sentado en su silla leyendo el periódico mientras espera la hora para irse a comer. Con sigilo, dejas caer el bolígrafo al suelo. Te agachas y te deslizas justo hasta alcanzar la nuca de tu compañero. Entonces reparas en que el tipo, metro ochenta, ojos de lince y apariencia de estar toda su vida opositando, gira lentamente la cabeza y te hace un corto de mangas. Has “pillado” la indirecta. Lo dejas pasar. Regresas a tu sitio y te acuerdas de sus “muertos”.
Entonces una mosca se posa sobre la mesa. Con mucho cuidado acercas la mano al insecto. No puedes permitir que se vaya. Ven, ven bonita, le susurras. Y en un rápido movimiento que ni siquiera ha sido capaz de realizar el mayor cazador de bichos de la historia la atrapas. Ya la tienes .A continuación, le quitas las alas, la dejas encima de la hoja de examen y esperas. Donde se pose, ésa será la respuesta correcta. Pasan los minutos y el bicho ni se inmuta. Continúa anclado junto a la pregunta sin moverse como si fuese una señal de carretera. Vamos, muévete, murmuras. Vamos.
—Me cagüen la…—gritas sin querer delante del aula repleto de gente.
Acabas de ser expulsado del examen y tienes por delante todo un nuevo año para prepararte.
Notas cómo el sudor te recorre la frente, sientes un nudo en la garganta a pesar que dejaste la corbata colgada en el armario de casa. Tragas saliva, rezas una oración por tu alma, metes la mano en el bolsillo y comprendes que no llevas encima ni un miserable céntimo suelto. Profieres un insulto. No pasa nada, te dices. No puedes jugarte una decisión tan importante lanzando una moneda al aire. Cabizbajo, desconoces qué hacer.
Echas una ojeada y ves que el compañero de al lado sigue inmerso en el cuestionario del examen. ¿Y si copias? Total, es sólo una simple miradita. Primero compruebas que el vigilante sigue sentado en su silla leyendo el periódico mientras espera la hora para irse a comer. Con sigilo, dejas caer el bolígrafo al suelo. Te agachas y te deslizas justo hasta alcanzar la nuca de tu compañero. Entonces reparas en que el tipo, metro ochenta, ojos de lince y apariencia de estar toda su vida opositando, gira lentamente la cabeza y te hace un corto de mangas. Has “pillado” la indirecta. Lo dejas pasar. Regresas a tu sitio y te acuerdas de sus “muertos”.
Entonces una mosca se posa sobre la mesa. Con mucho cuidado acercas la mano al insecto. No puedes permitir que se vaya. Ven, ven bonita, le susurras. Y en un rápido movimiento que ni siquiera ha sido capaz de realizar el mayor cazador de bichos de la historia la atrapas. Ya la tienes .A continuación, le quitas las alas, la dejas encima de la hoja de examen y esperas. Donde se pose, ésa será la respuesta correcta. Pasan los minutos y el bicho ni se inmuta. Continúa anclado junto a la pregunta sin moverse como si fuese una señal de carretera. Vamos, muévete, murmuras. Vamos.
—Me cagüen la…—gritas sin querer delante del aula repleto de gente.
Acabas de ser expulsado del examen y tienes por delante todo un nuevo año para prepararte.
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