Lucas se hallaba en una edad incierta; los chavales le consideraban un viejo. Si se encontraba con un chico joven en la cola del supermercado y éste tenía la intención de decirle algo la primera palabra que salía de su boca era señor. Entonces no se ofendía, simplemente pensaba en lo rápido que había pasado su vida en los últimos años. De los veinte a los treinta casi ni se había enterado. Podía resumir aquella década en 4 ó 5 fotogramas: noches de fiesta con un cubata en la mano, periodo de estudio en la universidad, su relación con Laura y la tele, tragando películas y series.
Para su madre continuaba siendo aquel niño que nació una tarde de marzo. Un niño envuelto en un cuerpo de mayor que seguía siendo incapaz de hacerse la comida, plancharse la ropa o hacerse la colada.
Sus amigos le consideraban un chico viejo que no había conseguido casarse. Y las chicas que entraba en los garitos de fiesta lo veían como alguien instalado en otra época a causa del poco pelo que poblaba su cabeza y la barriga cervecera adquirida con cervezas y dieta basura.
A pesar de todo siempre le quedaba el abuelo y su ánimo con su, pero si estás hecho un crío. Claro que el viejo contaba con noventa y nueve años.
Para su madre continuaba siendo aquel niño que nació una tarde de marzo. Un niño envuelto en un cuerpo de mayor que seguía siendo incapaz de hacerse la comida, plancharse la ropa o hacerse la colada.
Sus amigos le consideraban un chico viejo que no había conseguido casarse. Y las chicas que entraba en los garitos de fiesta lo veían como alguien instalado en otra época a causa del poco pelo que poblaba su cabeza y la barriga cervecera adquirida con cervezas y dieta basura.
A pesar de todo siempre le quedaba el abuelo y su ánimo con su, pero si estás hecho un crío. Claro que el viejo contaba con noventa y nueve años.
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