La enferma


Era muy guapa con los ojos azules, melena negra y medidas de vértigo. Con celeridad se tumbó en la camilla y se fue quitando la ropa igual que una striper. Noté un sudor frío recorriéndome la espalda. ¡Cómo estaba la tía! “Me duele aquí, doctor”. Osculté el pecho deseando sumergirme en aquellos dos esféricos. “Estoy muy malita” comentó mientras se deshacía de la parte de arriba del sujetador. Si ella estaba mal, mi mujer se asemejaba a un clon de la niña del exorcista poseída. Tragué saliva, deseando no cometer alguna estupidez. Tenía una figura envidiable para cualquier soltero necesitado de afecto. “Y aquí también me duele”, soltó mientras se disponía a desprenderse del tanga. Al instante sentí que algo dentro de mí iba a estallar. “Se… Se ha confundido, dije, esto es ginecología, el urólogo está un par de plantas más arriba”.