Taxi



Se levantaba a las cuatro de la mañana y salía con el taxi. A esas horas solía recoger a borrachos, personas con alguna urgencia que deseaban ir al hospital, viajeros que madrugaban para coger el tren o individuos que acudían a trabajar. Llevaba en aquel oficio más de 25 años, casi desde que se sacó el carnet de conducir. Por su taxi habían desfilado amas de casa, toreros, jugadores de fútbol, pintores, amantes, prostitutas y yonquis. Jamás había tenido ningún incidente, pero sí anécdotas graciosas como cierta ocasión en que un cliente se olvidó un paquete que resultó ser una muñeca hinchable o el día que se encontró un fajo de billetes por valor de quince mil euros.

Era un trabajo duro estar tantas horas metido dentro del coche, escuchando la radio o viendo desfilar la vida. Además, no se ganaba demasiado. Entre la gasolina, el seguro de autónomo y algún imprevisto que surgía de vez en cuando, el margen de beneficio quedaba muy reducido para pagar la hipoteca, el colegio de los críos e ir tirando. No obstante, aquello era su vida y moriría en aquel taxi.