Huida


Aprovechando un descuido del vigilante, el fugitivo saltó la verja de la cárcel, avanzó casi doscientos metros y salió corriendo hacia la carretera en dirección al bosque. Corría como si su vida estuviese en juego, como si aquella jugada fuese la última mano de una partida de póker en la que hubiera apostado millones de euros. Jadeaba, pero ni siquiera miró atrás al adentrarse en la vegetación. Llevaba preso más de quince años, acusado de atraco a mano armada y robo con intimidación. Mientras apretaba el ritmo de la zancada, recordó las horas dentro de su celda, con calor, olor a pies, voces, gritos y los abusos sufridos por parte de otros presos. En aquella cárcel se cometían todo tipo de atrocidades y no era nada extraño ver a reclusos que se habían ahorcado, incapaces de superar las torturas, los abusos sexuales o las humillaciones.

Ahora era libre. Y no volvería nunca más a aquel lugar. Al menos con vida. Dentro de unos minutos, al iniciar el recuento, el guardián de la cárcel se daría cuenta de la fuga. E irían detrás de él, con helicópteros, patrullas y perros. Con todo, el fugitivo se internó entre los árboles sin saber que, en breve, el bosque se convertiría en su nueva prisión ya que todos los que se habían adentrado en aquel paraje jamás habían sido encontrados.