Me habían contratado para matar a aquel tipo. Se trataba de un hombre de negocios que sus socios querían quitarse de encima. Cada vez que aceptaba un encargo solía estudiar a fondo a la futura víctima. Aprendía su rutina, los lugares que frecuentaba, las amistades e incluso hasta donde aparcaba su vehículo. Estudiaba al detalle su vida, pues de eso podía depender la mía. Jamás había fallado. Y siempre que podía, disfrazaba el asesinato convirtiéndolo en un suicidio. No era nada fácil. Podía darse la posibilidad de que un individuo se cayese por las escaleras o desde un décimo piso, podía fallarle el líquido de frenos o también contemplaba la hipótesis de una muerte por sobredosis. Nunca había que dejar el mínimo rastro de mi presencia. Hacerse invisible se erigía en fundamental para llevar a cabo la empresa. Si te descuidabas y alguien te veía, existían dos opciones terminar en la cárcel o poner fin a esa otra vida. Coincidí con mi objetivo en el ascensor. Ambos subimos al tercer piso. Antes de que el elevador se detuviera, pulsé el botón y lo detuve. El hombre se quedó perplejo. No fue hasta que extraje la cuerda cuando comprendió que corría cierto peligro. No obstante, el individuo sacó una pistola, me apuntó entre ceja y ceja y disparó. Mientras la bala se dirigía hacia mí lo comprendí. Aquel sujeto era un profesional como yo, contratado por mi ex mujer.
Álvaro
Hace 11 años
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