Rebajas
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Androides
—¡Vas a morir!—me dijo con una voz similar a la de C-3PO.
Noté cómo me atravesaba el filo del metal. La sangre brotó y caí al suelo igual que un saco de huesos. “Insert coin”, me indicaba la maquina de aquel videojuego.
—¡Joder!—me han vuelto a matar me dije, mientras regresaba a la realidad y buscaba en el bolsillo del pantalón otra moneda de veinticinco pesetas.
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Fatalidades
Tenía unas ganas bestiales de largarme de aquella playa. Las vacaciones habían sido un infierno. El hotel de cinco estrellas resultó ser de menos diez estrellas. Las camas de la habitación parecían haber sido extraídas de una escombrera. El retrete se asemejaba a un pozo ciego y de la ducha salía el agua mezclada con barro. La cama, es decir, un jergón de espuma estaba habitado por chinches, garrapatas y cualquier bacteria peligrosa. Pero eso no lo descubrimos hasta la mañana siguiente cuando comprobamos delante de un espejo la selva de picaduras, granos y hematomas diseminados por todas las partes del cuerpo. Hasta en la entrepierna se nos metieron aquellos bichos. Mi mujer decía que teníamos que ser positivos. Habíamos pagado cinco mil euros por aquel viaje, de modo que debíamos disfrutar del itinerario que nos había preparado la agencia. Así, visitamos un parque natural en plena selva donde un león fugado casi nos devoraba. Al parecer el animalito se había fugado aprovechando un descuido de los cuidadores. Tuvimos suerte porque el rey de la selva sólo se ensaño con el coche. Eso sí, pasamos un rato desagradable observando sus fauces y sus dientes afilados como los colmillos de un vampiro, mientras rezábamos para que no rompiese el cristal y nos zampara. Tras seis horas de espera, varios indígenas del lugar lograron reducir a la bestia. Aun así, lo peor vino después, a la hora de la cena. Se trataba de un buffet libre compuesto de hojas, algas, plantas y lechugas. Al parecer en aquel sitio todos estaban a dieta. A mi mujer, una señora de cincuenta años, veinte kilos de más que se zampaba cualquier golosina que estuviese delante de sus ojos le parecía fantástico. A mí, adicto a la carne, una mierda.
Harto, decidí dar un paseo por la playa. Enseguida vislumbré el sol en la distancia igual que una piedra expuesta al fuego. A esas horas corría el aire y el mar se hallaba en calma, entretanto los peces se deslizaban inasibles por el agua. Coloqué mis posaderas en una roca y contemplé embobado el paisaje creyendo que únicamente por aquella magnífica panorámica el viaje merecía la pena. Por un instante experimenté la misma sensación que aquel individuo pintado por Friedrich siglos atrás subido a una roca, el hombre ante la inmensidad de la naturaleza se llamaba.
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Terreno lejano
Mientras Bruno cruzaba la frontera de Sacramento pensé en lo que ocurriría si nos detenía la policía. Un faro estropeado, un problema en el vehículo o cualquier estupidez podía ser motivo más que suficiente para que una patrulla parase el coche, nos hiciera salir y lo registrara. De veinte años a cadena perpetua.
—Entra por ahí—dije entretanto divisaba en la distancia una zona bastante apartada—. Podemos cavar un foso unos kilómetros más allá.
Paramos en una zona desierta. Salimos del vehículo y al hacerlo comprobamos una cosa un tanto extraña. El maletero se encontraba abierto y el cadáver no estaba. Había restos de sangre como si hubiésemos perdido la carga.
—Por esta zona hay mucho chorizo—dijo Bruno intentando buscar una explicación lógica.
—¿Quién coño se va a llevar un cuerpo?
Y nos quedamos pensativos, al tiempo que contemplábamos el resplandor de las estrellas.
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En el vacío
Ahora tan sólo podía pensar en ese instante. ¿Dónde dormiría esa noche? O, ¿qué haría si no podía pagar el alquiler del apartamento? Eran preguntas que desde luego no me importaban. Había ido a Hollywood una década atrás a probar suerte como guionista, pero tras tres años de película en película, lo único que había conseguido era una úlcera de estómago a causa del alcohol y de los continuos cambios que proponían los productores en mis historias. Para bien o para mal me sentía como un estropajo de usar y tirar. Mis escritos servían para producir filmes de serie B. Cutres bodrios financiados por la iglesia evangélica y cuyos protagonistas eran meros aficionados incapaces de aprender un diálogo.
Conduje hasta la colina. Detuve el Cadillac y pensé en que si me tiraba al vacío nadie me echaría de menos, bueno quizá algún cinéfilo si reparaba en mi nombre impreso en los títulos de crédito. Tampoco tenía a nadie en casa que me estuviese esperando. Así las cosas, pisé el acelerador y regresé a la carretera. Conduciría hasta el final, hasta que se terminara la última gota de gasolina. Y luego… Bueno, ya vería.
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¡Sorpresa!
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El armario
He salido del armario. Llevaba mucho pensándolo y tras largas deliberaciones debo asumir las consecuencias que este acto conlleva. Sí, soy un poco mariposón para aquél que no lo sepa. Siempre me ha gustado ir de flor en flor y alimentarme del néctar prohibido. Pero para bien o para mal soy así. Y no lo puedo remediar desde que nací siendo una pequeña larva. Y no, no piensen mal porque no soy gay ni nada de eso.
Soy la pollilla que lleva meses en tu armario, ésa que ha ido devorando los tejidos de lana hasta dejar agujeros en tus prendas delicadas. Soy saprófago (o si lo prefieres, que me alimento de materias en descomposición) y a partir de ahora voy a hacer un favor al inquilino de este piso. El sujeto posee una envidiable estantería repleta de libros aunque creo que hace años que no lee ninguno. Me lo ha dicho una prima mía, un insecto psocóptero, que lleva semanas apolillando los volúmenes encuadernados en la biblioteca de la casa. Espero que el papel sepa bastante mejor que la lana. ¡Ah y espero no volverme tarumba devorando tanta letra estúpida que no sé qué significa!
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En el cine
Cuando entré en el cine tenía pensado ver aquella película. Una mezcla de terror y suspense, una de esas superproducciones de Hollywood sin argumento profundo, concebidas para pasar un buen o mal rato, según se mire, comiendo palomitas y abrazando a tu chica.
Me instalé en las últimas butacas libres y esperé a que apagasen las luces. Justo delante de mí, dos jóvenes alababan las virtudes anatómicas de la protagonista. Mencionaban ciertas fotos que circulaban por la red de la actriz desnuda. Después comenzaron a contar de qué iba la película. No hay cosa que más me moleste que un par de estúpidos diseccionen hasta el último fotograma del film que he ido a ver.
—Sí, se la cargan—dijo solemne—. Creo que el monstruo la persigue por un bosque y luego la asfixia.
Tuve ganas de soltar un gancho de izquierda en el semblante del chico. Pero no lo hice. Me apoyé contra el respaldo y deseé que el proyeccionista pusiese a andar la bobina. El cine quedó a oscuras. Aun así la voz del chico continuó resonando en mi cabeza como el eco del viento en una gran arboleda.
Sin pensármelo dos veces, cogí mi jersey y lo coloqué alrededor del cuello del chaval que hablaba sin parar. Durante un instante pensé en que iba a gritar. Y apreté fuerte como no lo había hecho nunca antes en mi vida.
En la sala sólo se escuchaban las voces de los dobladores. Para mi estupefacción su amigo ni siquiera se había dado cuenta de que había silenciado a su compañero para siempre. Salí del cine como una sombra, bajé las escaleras que daban a la calle y pensé en que ahora era yo un homicida. El asesino de los cines Bretón titularían mañana en la portada de los diarios locales y nacionales.
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Chica, chico qué lío.
Si uno permanece atento puede darse cuenta de las historias que ocurren a su alrededor cuando sube a un autobús urbano. Relatos del tipo chico se enamora de chica y no es correspondido. Y si lo es, pues quizá esa noche mojen en la parte de atrás del coche del chico. O chica que se cambia de lugar porque el chico con el que comparte asiento huele mal, lleva varios días sin ducharse y le mira de forma insinuante las tetas.
O chica se enrolla con chico de quien no puede desprender la mirada y deciden montar un trío con el otro chico que viaja detrás y está próximo a bajarse en la siguiente parada. O chico intima con otro chico e intercambian números de teléfono para compartir la intimidad en un descampado o en unos baños públicos. O chica guiña el ojo a otra chica y se morrean en mitad del autobús ante la estupefacción de los señores más mayores que profieren quejas del tipo qué vergüenza mientras sienten una descomunal envidia por dentro, deseando como animales en celo que la chica les hiciese aquello.
O chico se propasa con chica, recibe un guantazo y debe intervenir la policía. E incluso chica y chico se levantan de sus respectivos asientos para dejar sentarse a la ancianita de turno, mientras deslizan delicadamente la mano llevándose consigo la cartera de la vieja. O chico enciende un porro y termina en urgencias por el puñetazo que recibe del conductor del autobús.
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Monotonía
Desde hace un tiempo la monotonía se ha apoderado de nuestras vidas. La rutina parece tan previsible que la sola idea de escapar nos aterra como los fotogramas de la Matanza de Texas o de Holocausto Caníbal. Y lo más triste es que nos hemos acostumbrado a esa agonía. A veces, desearíamos huir, marcharnos y hacer otras cosas, pero ya no hay tiempo porque los días nos devoran como pirañas hambrientas en una pecera. Existe una hipoteca de por medio, un coche pagado a medias y los gemelos que están en camino. Es lunes. Suena el despertador y hay que ir otra vez a la oficina. Y así un día, otro y otro más, hasta que tú o yo terminemos para siempre con esto.
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La llamada
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Maltrato
Hace tiempo que las voces y los golpes se instalaron en el piso. Hace tiempo que dejó de quererlo. Muchas veces ha soñado con abrir la puerta de la calle y marcharse. Muchas veces ha llorado en silencio, soportando palizas y malos tratos. Jamás ha sido capaz de denunciarlo, ni siquiera se lo ha contado a su mejor amiga. Aun recuerda cómo empezaron los cambios. Fue un día en el que se dejaron entrever los celos, un temperamento posesivo y unos modales cuanto menos cuestionables. A partir de entonces se terminaron las tardes de abrazos, los besos furtivos en el parque, los días comiendo helado y las risas de enamorados. ¿Dónde estaba aquel chico amable, bueno y sincero que le había cautivado? Tenía que ser valiente y largarse de allí como la Mujer Maravillosa que era, aunque él ya no lo creyera.
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Viajar
El caso es que tengo cincuenta años, estoy divorciado y lo más lejos que he llegado ha sido a cinco kilómetros de mi casa.
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Años
Para su madre continuaba siendo aquel niño que nació una tarde de marzo. Un niño envuelto en un cuerpo de mayor que seguía siendo incapaz de hacerse la comida, plancharse la ropa o hacerse la colada.
Sus amigos le consideraban un chico viejo que no había conseguido casarse. Y las chicas que entraba en los garitos de fiesta lo veían como alguien instalado en otra época a causa del poco pelo que poblaba su cabeza y la barriga cervecera adquirida con cervezas y dieta basura.
A pesar de todo siempre le quedaba el abuelo y su ánimo con su, pero si estás hecho un crío. Claro que el viejo contaba con noventa y nueve años.
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Prensa
Era un habitual de la prensa escrita. Mis secciones preferidas del periódico eran los deportes y los anuncios de contactos, sobre todo los que enseñaban fotos de alguna chica ligera de ropa o dejaban entrever todo lo que una diosa del placer te podía hacer. El resto ni siquiera lo leía. Total, los periodistas siempre estaban inventado mentiras, conflictos que no existían o declaraciones cutres de los políticos de turno. Cuando tiré de la cadena noté cierto escozor en el trasero. Sí, debía cambiar pronto de diario. Con esto de la crisis la calidad del papel estaba mermando.
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La enferma
Era muy guapa con los ojos azules, melena negra y medidas de vértigo. Con celeridad se tumbó en la camilla y se fue quitando la ropa igual que una striper. Noté un sudor frío recorriéndome la espalda. ¡Cómo estaba la tía! “Me duele aquí, doctor”. Osculté el pecho deseando sumergirme en aquellos dos esféricos. “Estoy muy malita” comentó mientras se deshacía de la parte de arriba del sujetador. Si ella estaba mal, mi mujer se asemejaba a un clon de la niña del exorcista poseída. Tragué saliva, deseando no cometer alguna estupidez. Tenía una figura envidiable para cualquier soltero necesitado de afecto. “Y aquí también me duele”, soltó mientras se disponía a desprenderse del tanga. Al instante sentí que algo dentro de mí iba a estallar. “Se… Se ha confundido, dije, esto es ginecología, el urólogo está un par de plantas más arriba”.
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Bellísima persona
Pero lo que nadie conocía, lo que nunca llegarían a saber era su historia con la chica rubia, de ojos azules, bonita figura, a quien secuestró y retenía en el sótano, donde cada noche, azotaba, violaba y vejaba en su particular mansión de los horrores.
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Conductores
En el lado opuesto están los tranquilos, quienes no se alteran ni siquiera si divisan una nave espacial en la carretera. Jamás se meten con nadie y sólo desean llegar sanos y salvos a su lugar de destino. Si otro conductor les pita hacen caso omiso. Si se da la circunstancia de que hay mucho tráfico esperan pacientemente en la carretera a que se disipe la caravana de camiones y vehículos. Sin embargo, hoy uno de esos tíos tranquilos se ha enzarzado en una pelea con un conductor descerebrado. La causa que su mujer se lo estaba montando con el otro fulano.
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Interés
Antes, cuando tenía dinero en la cuenta, acudía a la sucursal bancaria y el director salía de su oficina sólo para saludarme.
— ¿Qué tal? ¿Cómo te va la vida?—me preguntaba.
Y me daba una palmada en la espalda, se interesaba por mis hijos e incluso en alguna ocasión me llegó a invitar a un café mientras me hablaba de atractivas inversiones, formas de rentabilizar al máximo los ahorros o me enseñaba pequeños trucos para tributar menos en la declaración de la renta.
A veces, la efusividad alcanzaba cotas inimaginables. Un abrazo o un fuerte apretón de manos lo refrendaban. Tanta amabilidad me desbordaba. Y más si procedía de alguien a quien apenas veía unos minutos al mes.
Con todo, me resultaba simpático con su impoluto traje azul y su porte de ejecutivo. Muchas veces me preguntaba por qué no conseguía marcharse de aquella sucursal con sus profundos conocimientos financieros. Si uno es capaz de obtener beneficios para otros era de idiotas no hacerlo para uno mismo.
Hace unos meses mi empresa de persianas quebró. Y ahora, suelo acudir a menudo a la oficina del banco. Sin embargo, el director se muestra inaccesible. O no está o se encuentra ocupado. Lo que cambian las cosas cuando se tiene la intención de pedir un préstamo.
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La fiesta
Busqué con ahínco a mi marido, hasta dar con él, oculto detrás de un disfraz de arlequín. Qué guapo estás, dije. Y empezamos a bailar. Él parecía disfrutar. Cuando cesó la música nos fuimos al jardín, nos apartamos del resto e hicimos el amor. Resultó fascinante hacerlo con los disfraces y la máscara puestos, en un entorno de árboles, flores y pequeños arbustos.
Después regresamos a la fiesta, nos mezclamos con los invitados y le perdí. De modo que regresamos a casa cada uno por su lado.
Cuando llegué, él ya estaba allí.
— ¡Ha estado bien el polvo en el jardín!—dije.
— ¿De qué hablas?
— De ti y de mí montándonoslo en la fiesta de disfraces.
—¡Serás zorra! Si he estado toda la noche en el bar jugando al póker. —dijo mientras iba a la cocina en busca de una pistola.
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Profesional
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Taxi
Se levantaba a las cuatro de la mañana y salía con el taxi. A esas horas solía recoger a borrachos, personas con alguna urgencia que deseaban ir al hospital, viajeros que madrugaban para coger el tren o individuos que acudían a trabajar. Llevaba en aquel oficio más de 25 años, casi desde que se sacó el carnet de conducir. Por su taxi habían desfilado amas de casa, toreros, jugadores de fútbol, pintores, amantes, prostitutas y yonquis. Jamás había tenido ningún incidente, pero sí anécdotas graciosas como cierta ocasión en que un cliente se olvidó un paquete que resultó ser una muñeca hinchable o el día que se encontró un fajo de billetes por valor de quince mil euros.
Era un trabajo duro estar tantas horas metido dentro del coche, escuchando la radio o viendo desfilar la vida. Además, no se ganaba demasiado. Entre la gasolina, el seguro de autónomo y algún imprevisto que surgía de vez en cuando, el margen de beneficio quedaba muy reducido para pagar la hipoteca, el colegio de los críos e ir tirando. No obstante, aquello era su vida y moriría en aquel taxi.
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Clases
Durante el noventa y seis las clases eran un tostón. Acudía por obligación ya que cabía la posibilidad de perder la escolaridad en caso de faltar al 15% de los créditos de la asignatura. Psicología, estadística y sociología se hacían infumables a causa de los profesores que impartían las clases. Me pregunto si ellos hubieran sido capaces de permanecer sentados más de dos horas escuchando a un colega suyo, leyendo a toda velocidad unos apuntes o pasando el Power Point con unas anotaciones que me importaban una higa.
A pesar de estar de cuerpo presente, mi mente se ocupa de otras cosas. ¿Qué hacer ese fin de semana? ¿Dónde emborracharse? O cuál podía ser el mejor sitio para ir a ligar. A los dieciocho años, los estudios no significan nada, tan sólo la opción de viajar a otra ciudad a estudiar una licenciatura, alejado de padres y familia, que daría acceso al mercado laboral.
Al principio me costó aclimatarme y hacer amigos, pero conforme se sucedieron las semanas, noté que aquella experiencia podía ser la mejor de mi vida. A veces mi hermano me recalcaba que el momento más grato de su existencia lo pasó estudiando, pues si uno sabía montárselo, podía estudiar y disfrutar cada minuto como un enano. Además, no había ninguna otra preocupación como pagar la hipoteca, las facturas, los dolores de cabeza por no llegar econonómicamente a fin de mes o someterse a un insufrible horario laboral de ocho o nueve horas diarias.
—Salga a la pizarra y explíqueme el estructuralismo del tema seis—me dijo el profesor ataviado con corbata, traje negro y ojos de sueño, síntoma de haber estado viendo la peli porno de la noche anterior que emitían a altas horas de la madrugada.
La pregunta me cogió de improviso, como si estuviese en el váter, entrara alguien por la puerta y no me diese tiempo suficiente a ponerme los pantalones. Francamente, Lévi Strauss, los mitos y el sistema de parentesco me daban igual, pues qué utilidad le iba a dar en la vida real.
—Para eso ya está usted.
Y me senté. Con saber las teorías de aquel tipo durante el examen sería suficiente.
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Huida
Ahora era libre. Y no volvería nunca más a aquel lugar. Al menos con vida. Dentro de unos minutos, al iniciar el recuento, el guardián de la cárcel se daría cuenta de la fuga. E irían detrás de él, con helicópteros, patrullas y perros. Con todo, el fugitivo se internó entre los árboles sin saber que, en breve, el bosque se convertiría en su nueva prisión ya que todos los que se habían adentrado en aquel paraje jamás habían sido encontrados.
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The end
Unos segundos más tarde, dejó el tallo sobre la mesa y tiró los pétalos a la basura. En su mente flotaban varias palabras. Me despiden. No me despiden. Cuando atravesó el umbral de la puerta del gerente lo supo. Aquella película se terminaba para siempre. El The end reinaba en le horizonte como el rótulo de un bar con luces de neón. Ya no habría más madrugones para coger el autobús, ya no tendría que ir a recoger el correo todos los días y ni preocupación alguna por el sándwich que iba a comer a media mañana.
—Hemos pensado subirte el sueldo—dijo el tipo.
Ése habría sido el sueño de Sandra, pero la realidad era bien distinta.
El lunes esperaría en las largas colas del INEM demandando un empleo al igual que otros cuatro millones de parados.
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Lunch
El local era bastante agradable y espacioso. A veces, solía hacer comentarios con las camareras e incluso una vez, conseguí una cita con una. Aunque la cosa no funcionó pues se confrontaron dos personalidades opuestas. Casi siempre me sentaba en un rincón del local y saboreaba el olor, la textura y el encanto de cada uno de los platos como si fuese el integrante de un jurado culinario.
Aquel lugar fue durante mucho tiempo un refugio durante la sobremesa, un espacio por cuyas paredes desfilaban estudiantes, electricistas, parados, turistas, pintores, comerciales y putas. La fauna más variopinta comía y volvía a sus quehaceres cada día. No obstante, cierto día que llegué un poco antes de lo habitual me fijé en un detalle. Uno de los camareros metió una caja misteriosa dentro de la cocina. Intrigado, miré por una de las rendijas de la puerta. Y me quedé estupefacto cuando observé cómo trinchaban a un perro. Creo que estuve vomitando durante días. Y aprendí, algo obvio que me estuvo diciendo mi madre durante años, que como en casa no se come en ningún sitio.
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Extraño
Cuando entró en la habitación con el pelo manchado de restos de tierra, la camisa arrugada a consecuencia del forcejeo y los pantalones rotos, le dije que tomase asiento en el sofá. Me miró casi sin comprender. Sus ojos estaban inyectados en sangre y su vista se desvanecía de vez en cuando, como la de un miope cuando se desprende de las gafas. Además su piel, blanquecina, parecía estar embadurnada con un alto factor solar. Notaba algo extraño, pero no sabía muy bien qué. Echó un vistazo a su alrededor y sólo reconoció a la rubia de ojos azules, alrededor de treinta años, figura de modelo, esculpida en dietas y aparatos de gimnasio, abonados con su tarjeta de crédito en los últimos años. Si la me memoria no le fallaba aquella era su mujer.
—Ca… cariño, estás de vuelta—susurró ella al tiempo que se acercaba de forma sensual a él.
—Ponle una copa. Se lo merece—dije en alto, mientras observaba el cuchillo clavado en su espalda y la sangre escandalosa, goteando en la moqueta.
Ya habría tiempo de enterrarlo otra vez.
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Cariño
Él miró hacia abajo. Tragó saliva y evocó las situaciones de los últimos tiempos; las voces de ella resonando en su cabeza como un trombón, las ocasiones en que le había reprendido por no haber bajado la basura o por estar plácidamente recostado en el sofá viendo la tele. Evocó las escenas en que profería insultos, quejas y le amenazaba con una separación que nunca llevaba a cabo.
Él se había enamorado de una chica de veinte años, ojos negros, piel morena y bonita figura, sobre todo cuando se ponía en bañador en las piscinas municipales. Entonces era amable, simpática y siempre tenía impresa en la boca una sonrisa. ¿Qué había sido de aquella chica en apenas doce años? ¿Dónde estaba la inocencia, las palabras susurrando un te quiero o un beso en cualquier momento? Ahora la rutina se había apoderado de sus vidas. En la cama se asemejaban a dos desconocidos. Cada uno hacía su vida y en la medida de lo posible trataba de evitar al otro. El amor de antaño se había difuminado igual que la bruma en un día de pleno sol.
Claro que él, también había cambiado algo. La tripa cervecera decoraba su estómago. El trabajo le estaba matando, ya no salía los fines de semana y había dejado para siempre el deporte de la bicicleta. Además, fumaba del mismo modo que una chimenea y los gases que se tiraba olían a rayos por todo el piso provocando el enojo de su esposa.
—Por supuesto que te quiero, mi amor—dijo mientras le acercaba con una sonrisa el vaso de leche repleto hasta arriba de cianuro.
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Posit
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Oposición
Notas cómo el sudor te recorre la frente, sientes un nudo en la garganta a pesar que dejaste la corbata colgada en el armario de casa. Tragas saliva, rezas una oración por tu alma, metes la mano en el bolsillo y comprendes que no llevas encima ni un miserable céntimo suelto. Profieres un insulto. No pasa nada, te dices. No puedes jugarte una decisión tan importante lanzando una moneda al aire. Cabizbajo, desconoces qué hacer.
Echas una ojeada y ves que el compañero de al lado sigue inmerso en el cuestionario del examen. ¿Y si copias? Total, es sólo una simple miradita. Primero compruebas que el vigilante sigue sentado en su silla leyendo el periódico mientras espera la hora para irse a comer. Con sigilo, dejas caer el bolígrafo al suelo. Te agachas y te deslizas justo hasta alcanzar la nuca de tu compañero. Entonces reparas en que el tipo, metro ochenta, ojos de lince y apariencia de estar toda su vida opositando, gira lentamente la cabeza y te hace un corto de mangas. Has “pillado” la indirecta. Lo dejas pasar. Regresas a tu sitio y te acuerdas de sus “muertos”.
Entonces una mosca se posa sobre la mesa. Con mucho cuidado acercas la mano al insecto. No puedes permitir que se vaya. Ven, ven bonita, le susurras. Y en un rápido movimiento que ni siquiera ha sido capaz de realizar el mayor cazador de bichos de la historia la atrapas. Ya la tienes .A continuación, le quitas las alas, la dejas encima de la hoja de examen y esperas. Donde se pose, ésa será la respuesta correcta. Pasan los minutos y el bicho ni se inmuta. Continúa anclado junto a la pregunta sin moverse como si fuese una señal de carretera. Vamos, muévete, murmuras. Vamos.
—Me cagüen la…—gritas sin querer delante del aula repleto de gente.
Acabas de ser expulsado del examen y tienes por delante todo un nuevo año para prepararte.
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Muerto en vida
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Curiosidad
Hasta ese preciso instante nadie se había enterado, ni siquiera se había presentado en la oficina ni una sola queja contra su persona. A la hora de profanar un envío era muy minucioso. Nunca rompía el envoltorio, siempre desprendía los pliegos de papel de los paquetes con tacto y los volvía a dejar como si nunca se hubieran abierto.
Entre sus hallazgos destacaban muñecas hinchables, armas, libros antiguos, bicicletas, cartas de amor, decepciones y alegrías que iban impresas en las hojas. Más que el contenido del paquete en sí, lo que verdaderamente le excitaba era el riesgo, la posibilidad de que le pillaran; cada vez que usurpaba la correspondencia ajena notaba un gusanillo en su interior indicándole que estaba vivo. Existían personas que buscaban esa sensación haciendo puenting, corriendo por la autopista a doscientos cincuenta por hora o escalando edificios sin arnés. Él lo sentía allí, en su trabajo, y encima cobraba.
Fue esa misma tarde cuando un paquete de color verde llamó su atención. Pesaba casi veinte kilos. Y procedía de Malasia. Lo cogió entre sus brazos y lo agitó. ¿Qué habría dentro? Empezó a especular con el contenido y llegó a una única conclusión: debía abrirlo. Para ello, esperó a que fuese a tomar un café su compañero de turno y se metió dentro de los servicios. Desprendió con delicadeza el papel y se topó con una caja. Quitó los pliegos de cinta aislante y levantó las solapas. De improviso una serpiente pitón saltó del embalaje, se deslizó con celeridad por su cuerpo, mordiéndole en la garganta. Arturo jamás volvió a profanar ningún paquete. Aunque ayer si que usurparon su tumba.
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Enfermedades
—¿Qué le ocurre?—preguntó un hombre con la cabeza semejante a una bola de billar, ojos negros y ataviado con una bata blanca en la que se podía leer el nombre de Saturnino.
—Es el dedo. Noto como una especie de pinchazo.
Saturnino tomó la falange en cuestión, apretó y la señora mayor soltó un ayyy que pudo escucharse en todo el centro asistencial.
— ¿Es grave?
Sí, pensó para sus adentros el médico de cabecera, tan grave que con que hubiese metido el dedo en hielo hubiera sido suficiente, tan grave como las doce veces anteriores en el último mes cuando un dolor en la oreja, un grano en el trasero, cierto picor en una ceja o un leve escozor en la ingle habían supuesto una visita al médico. Al paso que iba aquella señora mayor no era de extrañar que en breve el encargado de recursos humanos la metiese en nómina. Durante un instante el cirujano se preguntó si sus servicios tuviesen un coste simbólico, ¿cuántos de estos pacientes que gozaban de una estupenda salud y se preocupaban por tonterías dejarían de venir? Cuando la mujer salió del despacho con la receta en la mano un único pensamiento flotaba en su mente: bueno ahora toca incordiar a otro.
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Ofertas telefónicas
— Per…, perdona pero no es un buen momento.
—Ya pero es una oferta irrepetible—replicó una voz que en otro tiempo fue humana y actualmente se asemejaba a la de una máquina que no mostraba ningún tipo de sentimiento—. Además si contratas desde ya nuestros servicios te ofrecemos un móvil de última generación totalmente gratuito que cuenta con cámara de 2 mega pixels con zoom de 7x, sincronización de datos mediante PC Suite, memora interna de 130 Mb expansibles a 4 Gb, autonomía de 12 horas conversación y hasta 27 días en espera. Y no te preocupes porque…
—Mira perdona. No puedo atenderte.
—Y además del móvil, te regalamos una línea ADSL con la que le brindamos la posibilidad de navegar a una velocidad inimaginable a través de la web. Así no tendrá ningún problema a la hora de bajarse vídeos, fotos, textos, lo que quiera.
—Lo siento.
—Espere. Espere y además el kit incluye…
Hay que joderse, soltó el individuo mientras se acomodaba plácidamente en el ataúd acolchado de terciopelo rojo, que iba a ser su última morada, mientras fuera los asistentes al funeral rogaban una última oración por su alma.
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Lotería
A) trasladar a las víctimas en su propio vehículo.
B) Avisar a las autoridades.
C) Continuar la marcha.
Marcó el 112 y llamó a emergencias. Contó que había varias personas en estado crítico y que se diesen prisa. Después se acercó al automóvil. Oyó los desgarradores gritos de una mujer luchando por su vida y se sintió como un eunuco, incapaz de prestar ayuda. Observó varios miembros amputados desperdigados por el arcén. ¿Cuánta gente podía llegar a morir cada día en un accidente de tráfico? Las causas: el alcohol, una avispa que se cuela por una rendija de la ventana, un despiste, un animal, una curva demasiado cerrada y adiós vida.
Trató de tranquilizar a los heridos, pero sus palabras se perdieron en el viento. Las ambulancias tardaron veinte minutos en llegar. Para entonces los facultativos ya no pudieron hacer nada. Murieron los tres ocupantes atrapados en el amasijo de hierros: una pareja y su hijo de seis años. Uno de los policías comentó que era imposible tener tan mala suerte. Al parecer el neumático trasero del coche se había reventado provocando que el conductor diese un volantazo, perdiese el control y el utilitario volcara. Antes de marcharse el hombre anotó en un papel la matrícula. Mañana jugaría con ese mismo número a la lotería.
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Consejo vs crisis (V)
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Consejo vs crisis (IV)
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Consejo vs crisis (III)
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Consejo vs crisis (II)
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